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¿Qué es un render? -Parte 2


Ahora nos toca hacer espeleología del oficio y seguir descendiendo por el iceberg del renderismo. En el post anterior, platicamos sobre lo que representa un render como arte, como fotografía y como rama de la arquitectura, pero acá es donde encontramos situaciones, personajes y alcances con los que puede que no estemos familiarizados. Ahí le va:


El render como un documento técnico


Si usted, al igual que un servidor, lleva acumuladas varias leguas en talleres de arquitectura, habrá notado que el render ya ha reemplazado a la hechura de maquetas en muchos estudios de arquitectura. Es simple: Siempre será más barato y rápido generar un modelo virtual en lugar de un modelo real. Con algunas ventajas añadidas, como la de realizar un sinfín de variaciones del mismo modelo sin tener que elaborar manualmente cada una de ellas; o la de representar de manera precisa el asoleamiento sobre su proyecto, sin la necesidad de llevar maquetas a su heliodón más cercano.


Es por eso que los renders como herramientas para definir muchos aspectos de un proyecto desde su volumetría hasta sus acabados, cuentan con ventajas comparables a las de cualquier documento puramente técnico, como una memoria descriptiva o un corte por fachada. Pero hay otra ventaja técnica en los renders: la imposibilidad de sus planos.


En la maravillosa Trainspotting (Danny Boyle, 1996) un joven Obi-Wan decide combatir su adicción a la heroína utilizando supositorios de opio, pero la naturaleza lo obliga a expulsarlos en el excusado más repugnante de Escocia. Para que los supositorios no se le fueran literalmente por el caño, al joven Jedi no le queda otra opción que hacer espeleobuceo en el retrete. Todo formidablemente arropado con la onírica musical del inmenso Brian Eno. Es una de esas escenas que se quedan contigo, como Vivien Leigh frente al atardecer rojo en Lo que el viento se llevó o Harrison Ford saltando a una cascada en El Fugitivo.

Pero antes de meterse al caño, hay un plano en el que Ewan McGregor se asoma a mirar dentro del retrete, y como bizarra analogía Nietzscheniana, el fondo del retrete también lo mira a él.


En el argot cinematográfico, esto se conoce como plano imposible. Es decir, nadie nunca verá al actor de esa manera. Así como no había nadie mirando desde el maletín de Vincent Vega en Pulp Fiction, ni había nadie frente al Dude Lebowsky mientras planeaba sobre Los Ángeles. Así tampoco hay nadie dentro del retrete ni lo habrá jamás para observar desde ese punto de vista, sin embargo, es posible verlo así en la película.


Ahí es donde entran los renders, pues con ellos también es posible tener puntos de vista que no tendríamos jamás en la realidad. Por ejemplo, el hecho de partir un edificio en dos mitades y observar cómo funciona desde su cimentación hasta la azotea. Esto le confiere a la imagen un valor no solamente artístico, sino sobre todo, técnico. La imagen, antes que nada, explica. Disecciona. No trata de mostrar la mejor cara del inmueble ni cómo encaja en su contexto. Aquí, cual Masacre de Texas —ah, qué cinéfilos andamos hoy—, se trata de rebanar limpiamente el cuerpo y enseñar las tripas.


Render para el proyecto METRO-polis de Rozana Montiel que hicimos allá por 2009.

De este punto y los anteriores obtenemos una conclusión interesante: Hemos ponderado el valor de un render de acuerdo a su capacidad para representar de manera precisa un proyecto, a explicar su funcionamiento con claridad y a cuanto se parece la imagen resultante comparada con la visión que el arquitecto tiene de ese proyecto.


El render como instrumento de ventas


Pero hay más personajes a quienes el render importa tanto o más que a los arquitectos, y estos son los promotores inmobiliarios. Porque si para un arquitecto el render es una expresión artístico-técnica, para un promotor, el render es un instrumento de ventas.


Usualmente, para un taller de arquitectura que quiere apoyar el desarrollo de sus proyectos mediante imágenes, el render representa siempre un costo que con frecuencia sale de su propio bolsillo. Un costo inherente al proyecto, como serían las ingenierías o el proyecto de paisaje. Sin embargo para un promotor, el render forma parte de un complejo entramado de elementos que buscan detonar una venta. No es un costo, sino una inversión.


De ahí que cotizar renders para promotores sea muy diferente a cotizar renders para un taller de arquitectura, pues los talleres siempre tratarán de reducir sus costos, pero los promotores —hombres y mujeres curtidos en el rigor de los negocios— suelen ser conscientes del precio a pagar por una inversión. No es un costo de proyecto. Es algo que les generará una ganancia a futuro.


Ahora, si despojamos a la imagen de su naturaleza artística y su carácter técnico, nos queda su función como elemento publicitario: Los renders creados con el propósito de vender inmuebles deben ser capaces, por sobre todo, de generar el deseo de conocer más sobre el proyecto a clientes potenciales. Y esto se logra con una impresión efectiva de la imagen en la mente del cliente potencial.


El enorme Ronen Beckerman, comentó hace varios años que un render es observado en promedio durante tres segundos. Como sociedad que rinde un culto obsesivo a lo visual subiendo a internet la pasmosa cantidad de 300,000 imágenes cada segundo, esos tres segundos de los que hablaba Beckerman son preciosísimos.

Lo que el cliente vea en ese fugaz vistazo es crítico y es tan complejo, que sin duda será tema de otro post.


El render como mentira


El fotógrafo Joan Fontcuberta Fontcu, para los amigos, dice que el único sincero en esta vida es el que sabe como mentir. Y que las fotografías siempre mienten porque está en su naturaleza interpretar lo que muestran. Vaya, que una imagen siempre es la interpretación de algo: desde la interpretación que alevosamente sugiera el fotógrafo, hasta la interpretación que hace de ella quien la observa; por tanto, se aleja de una verdad común. Y el render, que es una protofotografía, miente también. Y de qué manera.


Desde que existen los renders como rama de la infoarquitectura, a finales de los años 90's, estos han sido subterugio de algunos proyectos que en la realidad pasarían por intrascendentes, frívolos o sin valor arquitectónico alguno. Sin embargo, gracias al poder transmutador del render, se convierten en ejercicios de una pirotecnia visual que pondría verde de envidia al mismísimo Eric Owen Moss. Algunos reflejos exagerados por aquí, unos destellos por allá, una pizca de cielo bíblico y un louver en la fachada que de antemano sabemos no quedará en la construcción final. Mezclamos bien y Voilà, una imagen "vendedora".


No es tan difícil hacer que un render se vea bien. Después de todo, hay un control omnipresente en cada aspecto de la imagen: no peleas con la posición del sol, las baterías del flash, las ventanas sucias o los focos fundidos como al hacer una fotografía, pero una cosa es que el render mienta porque cada quien lo interprete a su manera, y otra muy diferente, es que mienta porque sabemos que el proyecto no se verá así.


Y para muestra un botón. En Junio de 2013, cuando las pandemias globales en la era moderna todavía eran materia del cine distópico, se realizó un concurso en Flint, Michigan, en el que participaron 400 talleres de arquitectura de 35 distintos países. El concurso, impulsado nada menos que por el AIA, reunió a través de donaciones casi 40,000 dólares para echar a andar la construcción del proyecto: Un pabellón temporal dentro un estacionamiento en el centro de la ciudad.


El taller ganador, el inglés Two Islands propuso como pabellón: "La casa de Mark", vivienda de un ficticio residente de Flint que perdió su hogar a causa de un juicio hipotecario. El proyecto, que emula la forma de una vivienda típica en los outskirts norteamericanos, está revestido de paneles reflejantes a manera de espejo para sugerir que aunque la casa está ahí, a la vez no lo está, convirtiéndose en un espejismo urbano. Ya ven que a los arquitectos nos fascinan ese tipo de metáforas.


Lo que nadie sugirió a los ingleses, fue tomar en cuenta que en el pueblo de Michael Moore, la brecha térmica tiene más en común con la luna que con Londres, y va de los -8°C hasta los 35°C en la misma temporada.


Habiendo colocado un bastidor de madera para perfilar la susodicha casa y utilizando película de mylar plateada para lograr el efecto espejo, nadie pensó que la madera reacciona encogiéndose y expandiéndose de acuerdo a la temperatura exterior. Así que algunos días la casa se parece un poco a lo que se prometió en el render y otros días se parece a la cena de navidad saliendo del horno.


Expectativa vs Realidad. / Imagen: Jonathan Sum


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