"Trabajo todos los días en la arquitectura. Pero no es un trabajo. Es una forma de vida, igual que es una forma de vida leer o pintar. Esto no es un oficio."
— Teodoro González de León
¿Qué pasa en los últimos años de los que vivimos esta vida, voluntariamente volcada hacia situaciones agobiantes, condiciones imposibles y recompensada a veces con esas amalgamas de ingenio y materia levantadas con esfuerzo ajeno? ¿Qué pasa cuando llega ese invierno a nuestra vida, en el que revisionamos ociosa y minuciosamente el camino recorrido?
No, no es que haya entrado yo en una crisis de la mediana edad —bueno, igual y sí, pero ese no es el caso—, mi duda es tan auténtica hoy como lo será en veinte años. Porque la arquitectura es participativa, pero su camino se recorre en solitario.
Esa vida, de la que hablaba el arquitecto Teodoro, tiene un principio claro, reconocible, pero un final difuso. Todos recordamos nuestro primer contacto con la arquitectura, nuestras primeras clases y tal vez, antes de eso, recordemos el momento clave en que decidimos recorrer este camino. Tal vez imaginemos un cálido y apacible final. Y tal vez ese final se parezca al verdadero. O tal vez no.
Cuando el arquitecto Teodoro falleció el 16 de Septiembre de 2016 a sus noventa años, se hallaba en perfecto estado físico y mental. Nadaba rigurosamente todos los días por 45 minutos; lector ávido, melómano curioso y viajero incansable, el arquitecto era la culminación de una vida de llena de sabiduría y experiencias. Era el pináculo de su existencia.
Se supone que así sea para el arquitecto, que es un recabador de conocimiento y destrezas; por tanto, la maestría en nuestro oficio —sí, le voy a llamar oficio— se perfecciona con los años. Esto nos deja con un sabor agridulce, pues la etapa donde el arquitecto llega a ser la suma de todo su conocimiento es en el ocaso de su vida. Paradójicamente, nuestros mejores años son los últimos. Todo ello, claro está, si no sufrimos alguna enfermedad degenerativa antes.
El Rolex de oro
Hay una costumbre anacrónica y en desuso en algunas empresas norteamericanas: regalar un reloj de oro al empleado que había dado sus mejores años a la organización. La ansiada recompensa por una vida entregada a la compañía. Una meta para el empleado, pero sobre todo, un parteaguas en su vida. Un momento decisivo en el que sus años laborales culminaban y abrían la puerta a una nueva vida donde las únicas preocupaciones serían la salud y aprender a jugar golf.
Pero para los arquitectos no hay plan de retiro. No hay reloj de oro ni jubilación en cruceros por el mundo. Nuestro oficio es así, heterodoxo. Se aleja de lo común. No es un oficio donde la meta sea soportar cierta cantidad de años para después ponerse a fotografiar aves. Nadie intuye qué pasa con nosotros después de esos años.
Cuando el futuro nos alcance
¿Cómo te ves a los 60 años? ¿Con un taller exitoso? Tal vez no seas tan ambicioso y tu ideal no sea un estudio multinacional a la Foster y te gustaría algo más pequeño, más manejable, donde puedas liberar tu creatividad pero con el renombre suficiente para que los clientes busquen el carácter de tus proyectos en lugar de imponer ideas propias. O tal vez te imagines como un partner distinguido en algún taller erigido durante varias generaciones, atendiendo juntas de accionistas a la par que juntas con grandes promotores inmobiliarios. O te imagines como director de una empresa constructora, firmando contratos multimillonarios cada mes y coordinando organigramas, programas y cadenas de mando.
¿No le atiné a ninguno? Pues claro, porque cada quién tiene una expectativa diferente de su futuro. No hay nada seguro sobre sus circunstancias, lo único seguro es que en algún momento, llegará.
Los arquitectos no somos amigos de los planes de retiro. Nos choca pensar en ellos porque vivimos de manera permanente en el presente. Tampoco nos gusta mucho todo lo que tiene que ver con dinero. En otro post hablaré sobre cómo cobrar, pero en general todo lo que tenga que ver con dinero nos es distante. Incluso conozco arquitectos para los que cobrar es "el trabajo sucio de la arquitectura". Dios santo. Como dice Joe Mantegna en voz del Gordo Tony: Es gracioso porque es verídico.
Lo cierto es que no solemos pensar en nuestra edad de retiro, pero sí tenemos una edad productiva para trabajar en talleres. Vamos por partes: Hay una oferta creciente de arquitectos cada año gracias a todas las escuelas de arquitectura que existen, y muchos talleres —no digo que todos— no cuentan con ningún tipo de plan de retiro. Es más, en algunos, los índices de rotación de personal son tan alarmantes, que tomaría más tiempo crear una Afore para un empleado, que lo que va a durar trabajando el empleado dentro del taller en cuestión.
Entonces, digamos que entra usted a trabajar, labora unos cuantos años hasta que se aburre, se va porque le ofrecen un sueldo un poco más alto en otro lugar y repite el ciclo unas 4 o 5 veces a lo largo de toda su vida. Y de repente se da cuenta que acumuló mucha experiencia, mucha capacidad pero sus necesidades económicas ya no son las mismas, y al querer perpetuar este ciclo en alguna otra empresa, se encuentra con que alguien más joven, y que cobra bastante menos, ocupa un lugar que podría haber sido suyo. Y conforme sigue buscando empleo en otros lugares, nota que esta condición parece repetirse una y otra vez. Y se pregunta qué sigue entonces. Si ha llegado usted a la suma de toda experiencia y conocimiento, ¿Por qué carajos nadie le contrata?
Este ejemplo es un camino de varios posibles. Puede que usted labore para un taller que sí cuente con planes de retiro y cuyo personal no cambie con las estaciones del año. Puede que haya elegido trabajar en una empresa donde haya escalafones que ascender; después de todo, hay arquitectos trabajando en promotoras bien estructuradas, instituciones financieras u oficinas de gobierno. También puede que el taller donde esté, realmente vea en usted a alguien en quien confiar para que en algunos años ocupe un puesto directivo en la organización. En fin, que caminos hay tantos como almas, pero sea cual sea la senda que haya tomado, asegúrese de tener un plan. Y me refiero específicamente a un plan de retiro.
Hay algunas maneras de asegurar que en su vejez no muera usted por causa del hambre o el clima, pero quisiera agrupar aquí las que a mi criterio son las principales.
Vamos a omitir las más surrealistas, como sacarse la lotería o heredar una fortuna al pasar la noche en una casa embrujada y en lugar de ello, vamos a concentrarnos en las más sensatas.
Ahorro puro y duro
El colchón puede no limitarse a ser objeto de su descanso o su desenfreno, resulta que hay quien también mete su futuro en él. Si es más sofisticado, también puede echar mano de un banco o de cerditos de barro, pero le doy un ejemplo: Si usted comienza ganando 6 mil pesos al mes, como me pasó a mí, y elige ahorrar el 30% de su ingreso cada mes, a los 40 años de trabajo —asumiendo que no le aumentan el sueldo—, habría ahorrado 864,000 pesos a valor actual. Y si usted cuenta con un pelín de inteligencia financiera, pues en lugar de dejar todo en una cuenta de banco cuyo valor se verá erosionado por efecto de la inflación, puede echar mano de un fondo de inversión, que ya mínimo, le dará una pizca más de interés.
Los fondos y otros instrumentos de inversión merecen un post aparte, pero para ejemplificar la diferencia, digamos que usted ahorra en un fondo que opera con un rendimiento del 6% anual, pues en esos mismos cuarenta años y con la magia del interés compuesto, habrá ahorrado 984,286 pesos. Poco menos de un millón de pesos. Así que, si usted comienza a ahorrar a sus 25 años, si le da por jubilarse más o menos a los 65 años y si se le ocurre vivir 20 años más, pues de esa cantidad podría recibir una mensualidad de 4,100 pesos.
¿Para qué le alcanzan 4 mil pesos al mes? Bueno, hoy le alcanzarían para un celular medianamente decente, pero dentro de 40 años tal vez le alcancen para un frasco de aspirinas. Aún así, recibir eso es mejor que nada.
Afores y PPRs (Planes personales de retiro privados)
En cualquier otro oficio, contar con una Afore es básico: académicos, médicos, oficinistas, investigadores, empleados de gobierno; vaya, cualquiera con un trabajo decente cotiza en una Afore.
En la arquitectura no, por aquello de que la muerte tiene el mal gusto de tocar la puerta durante nuestro esplendor creativo, pero ¿Y si ese esplendor creativo nunca llega?, ¿Y si a fuerza de no encontrar trabajo alguno tenemos que vernos forzados a retirarnos?
Pues otras opciones son las Afores y los planes de retiro privados. Las primeras son básicamente cuentas de ahorro llevadas por instituciones financieras: bancos o aseguradoras, ya sea por estar afiliado al IMSS en caso de trabajar en la construcción o realizando aportaciones voluntarias en caso de ser freelancer o de peregrinar por varios talleres de arquitectura.
Lo cierto es que los demás oficios nos llevan ventaja: A un empleado que cotiza en el IMSS, por cada peso que el empleado aporta, su patrón aporta 2.8 pesos y el gobierno le aporta 22 centavos más. Para trabajadores que cotizan en el ISSSTE, por cada peso que el trabajador aporta, el patrón deposita 50 centavos y el gobierno 88 centavos, pero si este empleado hace aportaciones voluntarias, por cada peso, el gobierno le aporta 3.25 pesos adicionales; esto a grandes rasgos, pues la aportación mínima es el 2% del salario base y hay otras aportaciones que también hace el gobierno. A los arquitectos, en cambio, por cada peso que aportamos, se nos aporta un vale por la satisfacción de ver tu obra construida.
¿Cuáles son las mejores Afores? Pues éstas, pero tenga en cuenta que cada año cambian y no muchas se mantienen en el ranking, sin embargo tampoco varían tanto sus rendimientos. Al día de hoy, una Afore es mejor que nada. Puede ser algo engorroso el procedimiento de apertura, pero de nuevo, recibir "algo" en tus últimos años, es mejor que recibir nada.
Si quieres conocer el monto de tu jubilación si haces aportaciones voluntarias, dale click a este enlace de la CONSAR (al saldo acumulado en tu estado de cuenta le pones cero). Entre más joven comiences, mucho mejor, pues ahorrar en una Afore después de los 40 años es muy difícil: los montos de ahorro son altos y los de jubilación son poco atractivos.
En los planes de retiro privados no voy a detenerme mucho: hay demasiados y con demasiadas variantes: hay los que te devuelven lo ahorrado en pagos mensuales después de tu jubilación hasta que mueras, los que te pagan con ahorros en medicinas y seguro médico en la vejez, los que te devuelven todo el dinero de una sola vez, los que permiten vivir de intereses... hay para todos los gustos, pero cuidado: todos tienen costo. Y algunos son bastante caros. Los crean instituciones aseguradoras, por lo que muchos de ellos son básicamente seguros de vida "disfrazados" como planes de retiro; sin embargo, hay algunos que sí son atractivos.
Si quieres profundizar entre las diferencias entre un PPR y una Afore, este post en el sub de r/mexicofinanciero no tiene desperdicio.
Un negocio propio basado en una especialización
El santo grial, el halcón maltés, el Valinor élfico... Tener un negocio propio es la meta y el plan de jubilación de muchos. Y ojo, si es usted arquitecto, puede tratarse de un negocio que poco o nada tenga que ver con la arquitectura. Vea usted cuantos programadores hay ganando más de 250,000 pesos al mes con puestos de tacos. La cuestión es que un negocio exige conocimiento y capacidades que poco tienen que ver con la arquitectura y es necesario aprenderlas tanto en la escuela como en la calle.
Digamos que usted se decanta por esta senda: administración, contabilidad, derecho laboral, mercadotecnia, economía, capital humano... Serán conceptos que al menos habrá que conocer. Términos tan lejanos a nuestra formación con sus Mies van der Rohes y sus Le Corbusieres. ¿John Maynard Keynes? ¿Peter Senge? ¿Kjell Nordstrom? Suena a esos diseñadores que hacen sillas con muñecos de peluche, sillas que no va a ver nunca en la casa de alguien mentalmente sano, pero le aseguro que no lo son.
En otro post abordaremos el tema del arquitecto como desarrollador inmobiliario —le aseguro que es fascinante— pues se antoja como una incursión natural del arquitecto en el negocio inmobiliario. También puede especializarse en cualquier rama de la arquitectura o la construcción: urbanismo, diseño de paisaje, restauración, domótica, gestoría del proyecto, valuación, venta de materiales, laboratorios de pruebas para construcción o mecánicas de suelos, construcción de palapas... lo que a usted le venga en gana, pero se trata construir un negocio alrededor de esa especialidad para ganar lo suficiente como para costear sus últimos años de vida. Sí, necesitará manejar los conceptos que ya hemos visto, pero no es nada que una maestría, algunos diplomados o muchas horas de autoaprendizaje no solucionen.
Después de haber conocido las principales opciones para su retiro. ¿Con cual se queda? Pues lo mejor es que no son excluyentes. Puede tener un empleo y cotizar voluntariamente a una Afore por si las cartas vienen mal dadas y al mismo tiempo estudiar para tratar de construir un negocio alrededor de una especialidad. ¿Sabe de jardinería y de plantas? Ponga un negocio. ¿Sabe cómo fabricar cocinas? Negocio. ¿Sabe fotografiar gatos? Negocio. Ya vio por donde van los tiros.
Si elige la vía del empleo, sepa que aunque la empresa donde labore le haya creado un plan de retiro personal, no es garantía de que seguirá trabajando en ella hasta que se retire. Ningún trabajo es 100% seguro. Ningún negocio tampoco. Conocí talleres de arquitectura que cerraron en las crisis del 2009 y del 2020 y cuyo futuro un par de años antes se antojaba cuando menos, asegurado.
Por tanto, es imperativo que tome el control de su propio retiro. Aunque su meta sea la de un taller exitoso; aunque esté tan convencido de su éxito que piense que si planea para el fracaso, fracasará; aunque como Don Teodoro, siga trabajando hasta el último día con el mismo ímpetu por nuestro arte, en algún momento ese final lo alcanzará. Y usted estará ahí para verlo.
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