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Amor creativo


"Nunca amamos a nadie: amamos, sólo, la idea que tenemos de alguien. Lo que amamos es un concepto nuestro, es decir, a nosotros mismos."

Fernando Pessoa



"Yo he rodado de acá para allá

Fui de todo y sin medida

Pero, te juro por Dios que tú no pagarás

Por lo que fue mi vida"

José José



Usted viene aquí esperando leer sobre arquitectura, fotografía, renderismo… ¿a que sí? Pues qué le digo, que hoy tocan frijoles. Porque hoy hablamos de un tema tabú en el ámbito de los creativos. ¿Qué dice? ¿El dinero y cómo desacraliza nuestro arte? No, qué le pasa. ¿Cómo nuestro oficio se llena de amateurs que cobran en pollo frito? No, tampoco, tampoco. Hablo de algo que le carcome, que le perturba durante noches tranquilas. Me refiero a cómo lidiar con una relación sentimental.


Sí, oyó bien. Una relación sentimental. ¿Acaso somos robots sin sentimientos? ¿No tiene usted también su corazoncito? Y no, no entró por error al blog de la revista "Tú".


Porque no hablamos de “cualquier” relación sentimental. No, hay algo distinto acá. Hablamos del tipo de relación que existe si usted tuvo el mal tino de emparejarse con alguien que va por la calle quejándose de lo feos que son los edificios porque, pues, no los diseñó. Con alguien que no puede ver un color sin clasificarlo de veinte maneras: que si primario o secundario, que si en CMYK o en RGB, que si es cálido o frio, ¡qué hueva! En fin, si tomó la decisión de invertir meses o años de su vida en alguien que, antes de hacerlo con usted, retoza apasionadamente con las musas: un creativo.



Volcarse por completo al trabajo


Tenga usted en cuenta que cualquier persona es susceptible de padecer las alteraciones en la personalidad que veremos a continuación. Y que las aquí listadas, no son ni de cerca todas las que existen. Pero sí son las que he presenciado en cercanos y cuya devastación he testificado.


Nuestro primer trastorno, se caracteriza por un desinterés ante cualquier necesidad social o fisiológica. El sujeto vuelca sus afectos exclusivamente hacia su oficio. Se ha identificado no solamente en escritores, diseñadores, arquitectos, fotógrafos o artistas plásticos, sino en todo aquel que pueda inyectar creatividad a su oficio. Vaya, hasta alguien que acomoda cables es susceptible de sufrir dicho trastorno, llegando a afectar a todo aquel que orbita a estos personajes. Perjudicando cual humo de segunda mano.


Trabajar día y noche por amor al oficio, al dinero, o a lo que al sujeto le venga en gana es una decisión respetable, pero no es normal como ya vimos en otro post.

Ser alguien que reduce el contacto social al mínimo indispensable a cambio de volcarse al workaholismo lo acerca más al hikikomori que al genio incomprendido. No es algo bien visto y tampoco lo vuelve a uno un prospecto viable para sentar cabeza.


El mejor consejo que puedo darle es también el peor. Basado en experiencia y meses de psicoterapia, le recomiendo que no trate de llevar una relación significativa con este tipo de individuos. Ellos no se permiten compartirse con alguien más y usted habrá perdido lo único que jamás podrá recuperar: su tiempo.


¿Qué dice?, ¿Que la persona cambiará en el futuro? ¿Que el amor lo puede todo? Pues le deseo la mejor de las suertes, que va a necesitar bastante.


Ahora, si por infortunio es usted el subnormal con adicción al trabajo, nadie dice que no pueda cambiar sus prioridades. Cada quién recorre su propio camino y diseña sus propias metas con la libertad que la vida le permite. Pero eso sí, cada día le queda menos tiempo para hacer un cambio en su vida. Mamerto Mori, como dicen, ya sabe.



La obsesión con los concursos


Otro mal común que puede haber notado en su creativa pareja, es la necesidad imperiosa de competir en distintos certámenes creativos.


Como en el campo de la fotografía, donde se apunta a todos los concursos listados en el Photo Contest Insider y hace todo lo necesario por disparar la foto ganadora, aunque le cueste una hernia discal. Usted sufre y se apoca en su compañía, porque al ir por la despensa, aquel (o aquella) se tira de panza en lugares poco higiénicos, con penosa frecuencia para fotografiar charcos de agua. Nada le detiene a participar. Si hay que pagar por concursar, ya lo pagará usted o algún otro de sus familiares. Si entra en algún certamen de fotografía rural, vivir en la urbe no supone un obstáculo.


Foto de Loam Hoang, para el Smithsonian Magazine Photo Contest.

Con la arquitectura es igual. El individuo se obsesiona con concursos de lo más variopintos, pasando días y noches vigilante de cualquier competencia. Ya sea para diseñar la siguiente casita para pájaros que revolucionará los paradigmas de la arquitectura avícola, o aferrándose a un premio de tres pesos por diseñar algún juguete y en el camino, ahorrarle a una empresa unos cuantos millones en investigación y desarrollo.


A final de cuentas, el premio no importa. Lo que importa es que, bajo pretexto de concursar, la idea sea trasvasada en un medio que se pueda palpar y sobre todo, mostrar al mundo. Porque además, a generosos con el caudal de creatividad que vomitan, nadie les gana.


Si usted desea unir sus vidas con este tipo de personas, no se sienta mal porque el otro recuerda con precisión atómica todos los concursos del ARQA y no recuerda la fecha de su aniversario. Dé por hecho que así será el resto de su vida. La buena noticia es que el amor no está reñido con los sprints y bomberazos que producen los concursos. Estos son efímeros. Usted podrá estar ahí incluso para apoyar en ellos, pero sobre todo, se le necesitará para oír los lamentos, protestas y aclaraciones de por qué aquel que sí ganó es una basura.



Llevar a cuestas el oficio


Hay quien gusta convertirse en su oficio personificado: "Mucho gusto, soy el artista/pintor/cantante/escultor/arquitecto/músico/fotógrafo/ fulanito de tal". Primero es el oficio y después son ellos. Se convierten en lo que hacen, ni más ni menos. Si les despoja del título, lo que queda es una sombra.


Se les reconoce de inmediato porque incluso en bodas y funerales no pueden hablar de otra cosa. Si son fotógrafos, se quejan de la espantosa fotografía que pusieron junto al difunto. De cómo si hubieran usado un softbox y un flash con algún gel, la foto del viejo no sería tan mala. Y que además está movida. Esto me pasó con un conocido. Aquel ignoraba que la funeraria pide una foto del difunto a los familiares y estos, en el desconsuelo, muchas veces entregan la primer foto que encuentran: La que tomó el hijo en navidad o la nieta en vacaciones. El tipo pensaba que aquella foto mal tomada había salido de una sesión que el difunto se había hecho en vida para su propio funeral.


Si son arquitectos, se quejan de cómo la poca altura no dignifica la solemnidad del espacio, de cómo los arcos de medio punto en las ventanas no tienen nada que ver con su cancelería, del ruido de la calle porque el cristal de 6 milímetros no lo evita y de las losetas de imitación mármol. Porque, ah, resulta que ellos conocen a un proveedor donde "el mármol sale más barato que las losetas" y desde luego, todos en este hemisferio debiéramos conocer a ese proveedor. Por tanto, si eligieron poner loseta en lugar de mármol es porque son idiotas.


Y si son renderistas, pues algo hallarán para quejarse y luego comenzarán a hablar sobre renders, que ya vio por donde van los tiros aquí.


Si dedica su tiempo y vida a un ser que desenfunda su profesión a la menor provocación, considere que si el oficio es más importante que la persona misma, desde ese momento el oficio también es más importante que usted.


Recuerde que las personas, por lo general no reconocen esta conducta en sí mismos, aún cuando estén atascadas en una sola forma de mirar el mundo y sean prisioneras de estructuras, de arquetipos, de los que ni siquiera son conscientes. Todo lo perciben bajo la óptica del oficio. Su misión, si decide aceptarla, es que la persona en cuestión reconozca esta desviación de la conducta. Cuando esas estructuras conductuales son reconocidas, ya no tienen el mismo poder sobre nosotros. Lo que nos lleva al momento de la revelación.



Le gustaba la oscuridad por lo barata que salía


¿Recuerda usted el Cuento de Navidad de Dickens? Yo sé de antemano que usted es un ávido lector —qué haría aquí, si no— , pero no es necesario que haya leído el libro. Con que haya visto alguna parodia lo recordará: Scrooge es un viejo cabrón pero sobre todo, egoísta y tacaño. Sus empleados padecen hambre y frío, trabajan a deshoras, sufren horribles enfermedades a las que no pueden hacer frente... en fin, como si aquello fuera cualquier taller de arquitectura. Pero la noche antes de navidad, tres fantasmas visitan a Scrooge. El primero le lleva de viaje al pasado y le muestra las decisiones que tomó y cómo estas lo volvieron un viejo cabrón. Otro le lleva al presente y le muestra cómo el hijo de uno de sus empleados sufre una discapacidad más deprimente que incapacitante —¡Ay!, pequeño Tim. Otro fantasma le lleva al futuro y le muestra a los que le sobreviven. Aquellos, le recuerdan peor que a examen de próstata. Todo por haber sido un viejo cabrón. Además, el pequeño Tim ya entregó el equipo.


Entonces ocurre el milagro de navidad (M.R.)


Scrooge despierta y entiende que no es un prisionero de esas realidades. Que no está destinado a vivirlas si no lo desea. Se da cuenta que frente a él existen alternativas y opta por el cambio. Sus decisiones y sus condiciones de vida lo volvieron una mierda, pero él elige que estas no determinen quien será a partir de ese momento.


Así como Scrooge no puede optar por el cambio antes de cobrar conciencia de la realidad actual y de las circunstancias que lo llevaron ahí, el creativo que arrastra a otros a relaciones nocivas, no puede optar por cambiar este patrón si primero no lo reconoce como tal. La vida siempre nos da la opción de cambiar, por cretinos que en ocasiones lleguemos a ser. A menos que estemos a segundos de morir, siempre tendremos la oportunidad de cambiar algo con lo que no estamos felices.


Si algo no le gusta en usted, cámbielo. Si lo que hace día con día no le gusta, cámbielo. Si no es feliz con su pareja, cámbiela. La vida trata de cambios. Sobre todo la vida con un creativo, que siempre será una montaña rusa emocional y financieramente. Y si no está a gusto con esa vida, pues cámbiela.

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